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Cuando las hijas adolescentes conocen a mamá: Una declaración de amor para dejarlas crecer

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Es un tipo de amor muy especial cuando las niñas pequeñas, que antes caminaban de mi mano, de repente se paran a mi lado casi tan altas como yo.

Cuando empiezan a tomar sus propias decisiones, a fortalecerse entre ellas, a desafiarme bastante a veces y me doy cuenta: ya no soy todo su mundo, pero sigo siendo una parte importante de él.

 

Y así es exactamente cómo se siente esta vida con dos hijas adolescentes.

Dos personalidades fuertes, dos opiniones, dos corazones y una nueva forma de sentir la familia.

A veces ruidosa, a veces silenciosa. A menudo caótica, siempre en movimiento. Para ellas y también para mí. Porque sí, yo también crezco. Como mamá. Como mujer. Como persona.

 

Antes yo era la heroína de mis hijas. Yo era la que lo sabía todo. La que lo resolvía todo. La que siempre estaba para sostenerlas.

Hoy, a veces, soy simplemente “la que molesta”.

Pero al mismo tiempo sigo siendo aquella a la que acuden por la noche a la habitación cuando algo les preocupa. Cuando hay preguntas que no se le hacen a nadie más.

Pero también soy ahora contra la que se rebelan. Y luego vuelvo a ser la persona a la que regresan, a veces en silencio, a veces de forma ruidosa, pero siempre de manera auténtica y a su manera.

 

Es un baile entre cercanía y distancia, entre discusiones, lágrimas, risas y esos pequeños momentos preciosos en los que todo se siente ligero.

Cada día aprendo que ya no son mis pequeñas sombras.

Son jóvenes mujeres fuertes con sueños, opiniones y puntos de vista que no siempre coinciden con los míos, y justamente eso está bien.

 

Porque, ¿qué tan hermoso es poder acompañarlas en su crecimiento?

Ver cómo de mis dos niñas pequeñas se convierten en dos mujeres maravillosas.

Cómo pasamos juntas por el estrés escolar, los cambios de humor, las primeras preguntas sobre el amor, los primeros dramas, y luego volvemos a compartir una noche de series con mantas y bocadillos, en la que, por supuesto, cada una tiene una opinión distinta.

 

A veces de verdad me pregunto cuándo ocurrió esto de crecer.

Y entonces me doy cuenta de que no hubo un momento específico. Fue exactamente así: con algo de caos, con muchísima emoción y con un amor que cambia, pero nunca disminuye.

Este tiempo es intenso, me exige mucho. Pero también me llena de una manera que nunca habría imaginado.

 

Ya no soy solo “la mamá con dos niñas pequeñas”.

Somos tres mujeres, unidas por nuestra historia, por nuestra confianza y por un amor que no necesita papeles. Solo necesita un corazón que permanezca abierto.

 

Y cuando las miro y veo lo claras, lo valientes, lo grandes que se están volviendo, sé que no soy solo su mamá.

Soy su compañera de camino, su oyente, su refugio seguro.

 

¿Y sabes qué? Ese es el regalo más grande que la vida pudo darme.

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